martes, 24 de noviembre de 2009

Maggy

Su tío, hermano de su madre, lo era también del padre. Ella, hemofílica, temía salir los viernes después de las seis por eso de que en la noche los gatos son pardos, y por obediencia al dicho familiar “el que se avienta del risco se mata”. Le gustaba su café con seis terrones de azúcar y cuando bailaba en su cuarto acojinado, usaba rodilleras y casco.

No era lo que se dice una mujer traumada. Tenía un contenedor de cristal donde atrapaba insectos mascota que inexplicablemente morían en unas horas. Gozaba de jalonear las cortinas para emular al mar, y luego de retirar el colchón, subía a la base de su cama y remaba hacía el sol. Sin duda que era una mujer como cualquier otra, con sueños y arranques. Llorando cuando se le caía una costra, pero guardándola en su cajón para no olvidar que pudo haber muerto. Amaba y respetaba a su familia y excepto por un que otro brote sicótico, gritos nocturnos, comentarios fuera de lugar y la ocasional violencia física, podrías haberla confundido con la chica de al lado o la de enfrente.

Nada que asuste a los psicólogos de hoy en día, nada que anotar sobre un tema tan religiosamente censurable, no obstante tan común entre los bárbaros que pueblan las afueras.

Jamás se preguntó ¿por qué yo? Ni recriminó a sus padres. Serena, acostumbraba ver su condición como un mal necesario, un desorden universal que con su muerte compondría el caos humano.

No quería casarse con ninguno de sus novios y pretendientes, -¿cómo se supone que encuentre el amor si no me dan hermanos?- era el único y constante reproche a sus padres. Ellos, no sabían como explicarle que eran incapaces de concebir un hijo varón por castigo de Dios, quien en todo su poder y gloria, magnánimo y misericorde, no perdona un pecado si es reincisión.

Sin posibilidad de amar verdaderamente a nadie, se casó con su tío que estaba soltero por ser mal tercio, y tuvieron dos hijos que perdieron. Pensaba: "algo tiene ese de arriba contra mi, o quizás, hace tiempo que mi familia se aventó del risco y no lo sabemos".

Así que finalmente, decide terminar con todo aquello y se golpea la cabeza con una roca hasta quedar inconsciente y estúpida. Despierta y anda por los parques con su letrerito de cartón colgado sobre el pecho, gritando que el fin de los tiempos se acerca, balbuceando que todos seremos devorados por el juez apocalíptico, ese viejo de ojos enormes en llamas y barba puntiaguda. Llora y berrea, patalea en el suelo, se levanta y duerme en una esquina contra un edificio. No está loca, en verdad podrías confundirla con tu hermana la menor, es más bien el mundo ominoso que no la deja ser feliz, no comprende sus palabras y desoye su verdad.

-¡Al final todos seremos castigados por igual, porque todos somos hermanos incurriendo en incesto! ¿No es así Dios mío?-

Grita María Magdalena al ser apedreada por incesto en el juicio final del año dos mil doce después de Cristo… y su tío palomo vuela hasta el señor y se posa en su mano derecha.

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